Madrid 2015 Parte 5 – Libertad! Aikido! Qué lindo!
Junio empezó con un nuevo aire. La temperatura comenzaba a
aumentar, había más sol, no tenía que despertarme a las 6:30 para participar de
la conferencia de AllUnite y no estaba todo el tiempo pendiente de cuántos
routers instalaba, o de cómo le iba a hablar a este potencial cliente, tampoco
estaba llevando registro de las visitas ni estaba atento a la situación de cada
instalación. Me había liberado del trabajo. Una parte sí me gustaba, la de
organizar. Cuando me fui le dije a Mayte que me tubiera en cuenta para el área de
administración, para eso sí soy bueno. Pero lo más importante fue que al
liberar las mañanas y las tardes, pude empezar a asistir a las clases de Tomás
de los martes y jueves a las 11am. Estas son las más largas, hasta la 1pm, y
más concurridas, entre 15 y 30 alumnos dependiendo del mes. Me gustaron mucho,
fue volver a entrenar por las mañanas, salir del Dojo y darse cuenta que ya
había hecho dos horas de Aikido y todavía tenía todo el día por delante.
Terminó mi primera clase de los martes y me sentía algo agotado pero no muerto,
no sé si habría aguantado una clase de alguno de sus hijos enseguida, pero la
siguiente era de Roberto y recién a las 2:30pm. Así que dejé mi keikogi y mi
hakama colgando en el vestuario y me fui al bar de Hugo a almorzar. Me acompañó
Michel, el griego, un tipo simpático como pocos, muy extrovertido y que le
gusta hablar y compartir. Él se tomó una caña y yo lo de siempre, que ya lo tenía
acostumbrado a Hugo. Cuando me acercaba solo a la barra me decía ‘¿Un Acuarius de naranja?’ y me lo servía
junto con una tapa en una de las mesas de afuera. Pasó que las primeras noches
con los chicos me pedía siempre un vaso de agua, no pagaba y les comía la
picada, empecé a pedir un jugo y se me hizo costumbre.
De vuelta en el Dojo, Tomás estaba haciendo de recepcionista
mientras su hijo se cambiaba para dictar la clase. Estaba su nieto jugando en
el pasillo. Las clases de la mañana y el mediodía tienen un ritmo distinto a
las de la noche. No sólo hay más luz de sol, algo más cambia, la energía de la
gente será, esta todo más fresco. En esta clase conocí a una gran aikidoka, que
me mostró y me hizo sentir una fluidez y constancia de trabajo muy particular y
disfrutable, a pesar de que me dejaba con la lengua afuera en cada cambio de
parejas. Constanza, la esposa de Sensei Roberto, con ella aprendí que tori/nage empieza a fluir con la energía de
uke mucho antes de que se concrete el ataque y que, con una actitud de irimi
constante, es este quien provoca el ataque de uke, que funciona como una
defensa de ese irimi. Me acuerdo de casi todos los aikidokas de la AETAIKI
con los que practiqué, pero algunos me hicieron sentir cosas nuevas y los
recuerdo particularmente, Consti es una, como Alfonso, que lo mencioné en
entregas anteriores.
Otro Aikidoka con el que me sentí muy a gusto fue Ángel,
no practiqué tanto como creí que lo haría con él, ya que solíamos coincidir en
las clases de Tomás y no nos tocaba juntos. Pero recuerdo especialmente una
clase de Roberto de las 8, creo que fue un miércoles, hicimos juntos las
últimas tres técnicas de la clase. La segunda fue kokyunage (un ejercicio para
lanzarnos, caer, levantarse y volver a ser lanzado), estábamos los dos agotados,
el más que yo porque venía de la clase de David, me apiadé y bajé un poco el
ritmo, pero me hizo sentir sin palabras que no quería eso. En ese momento
recordé las palabras de Vicente en aquella clase que casi no terminé. La decisión de bajar el ritmo o parar es
personal, los límites los define cada uno y, algo my importante, esos límites
suelen estar más lejos de los que creemos. Entonces redoblé la apuesta y lo
lancé como se debe, sin darle descanso entre caídas, él hizo lo mismo y cuando
Roberto pasó cerca nos dijo que veníamos bien y nos regalo una ronda con él
como nage/tori. Fue un gran momento y estoy feliz de haberlo vivido y
recordado, porque luego intenté que vuelva a pasar y no se dio la oportunidad.
Después está Pedro, con el compartí algunas clases de
Tomás por las mañanas. Un tipo fuerte, alto y muy plástico; verlo caer y
acomodarse a mis técnicas me enseñó a hacer lo mismo. Ser un uke blando y suave no está estrictamente relacionado con nuestra
flexibilidad muscular, si bien es necesaria, lo que nos hace blandos es
aprender a separar las cadenas musculares y reorganizarlas según la situación
de manera armoniosa. Pedro no me dijo eso, pero fue lo que sentí al mover
su centro de equilibrio.
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Abel Pintos en Madrid |
Fermín, claro, la otra mitad de esta aventura. Se
consiguió una changa. Abel Pintos presentó dos recitales en un bar grande de
Madrid. Él estuvo presente en ambos trabajando de asistente general. Además de
eso fue a dos entrevistas de trabajo y a dos días de entrenamiento. No le
gustó. Ambos eran lo mismo, que parece ser el trabajo más fácil de conseguir en
Madrid, porque nadie lo quiere hacer y los que lo hacen no duran y son reemplazados
con regularidad. ¿Recuerdan cuando caminan por el centro y están estas personas
bien vestidas y con una sonrisa en la cara, que siempre llevan consigo una
carpetita y un morral? Cuando pasás cerca te miran y si les devolvés la mirada
un segundo se te acercan, se presentan con toda la buena onda del mundo y te
ofrecen ser colaborador de una caridad, suscribirte a una revista, ayudar a
recaudar fondos para tal ONG, o cualquier otra cosa que el 95% de la gente
ignora, el 3% los escucha por compromiso y con incomodidad y el 2% acepta, con
suerte. Bueno, de eso eran los trabajos a los que se presentó Fermín. Cuando me
lo encontré a la noche después de Aikido lo vi estresado y de mal humor. Parece
que le afectó bastante, fue insalubre. Pasa que dentro del gran porcentaje que
te ignora hay muchos que les empezás a hablar y te rechazan de mala manera, eso
perturba mucho y es moneda corriente en ese trabajo.
En resumen, siguió sin trabajar. Algunos días me acompañó
solo para no estar todo el día sin hacer nada. Tampoco le gustó lo que yo
hacía, era parecido a lo que él rechazó.
Otra ventaja de haber dejado el trabajo fue que me pude
volver a sumar a la emblemática comida de los viernes de Rodolfo y su barra de
amigos. La primera vez fue en febrero de 2014, la segunda en noviembre. Esta
vez llevaba dos meses en Madrid y no los había visto ni una vez. Le escribí y
el primer viernes que tuve libre los encontré en el bar La Paloma, para unos
buenos boquerones en aceite. De ahí, y siguiendo el ritual, fuimos a lo de
Dani, que está en la misma calle que la oficina de mi tío, buenos chorizos y
salames. Antes de comer hicimos la parada en el Xentes, chorizo colorado y
navajas. Lo bien que se come en Madrid no tiene nombre. El almuerzo es en el Urumea 2, un restaurante que siempre les reserva una mesa a sus clientes favoritos. Esta costumbre de tapeo fue lo que cautivó a mi tío y lo que me
mostró al venir la primera vez. El recorrido terminó, como siempre, en el bar
de Tere para un café. Este bar está frente al departamento, eran las 4 de la
tarde y fui a ver si Fermín estaba despierto, lo estaba, así que lo llevé para
que conozca a la barra. Me encanta porque mi hermano los conoció gracias a mí,
yo gracias a mi tío y mi tío gracias a Ismael, un gran amigo suyo y el hijo de
Rodolfo. Son interesantes estas cadenas. ¿Cómo seguirá?
Este grupo de viejos amigos lleva años con este ritual de
la comida de los viernes, con tapeo en los mismos bares y almuerzo en el Urumea
2, y lo respetan religiosamente todos los viernes salvo en ocasiones
especiales. Son gente muy interesante para conversar y están llenos de historias
de Madrid. Con ellos aprendí de la ciudad, de cómo era antes, de cómo la ven
los distintos sectores sociales, qué tan mal ven ellos la crisis del país y un
poco de geografía local. Lo que más recuerdo, dada mi naturaleza, es en qué bares
y tabernas se comen las mejores tapas y platos.
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La barra de Rodolfo, falta más de la mitad |
Más cosas interesantes nos pasaron este mes, que las
dejaré para otras entregas. ¡Qué linda la vida Madrileña que nos tocó!
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