22/8 – sábado – amanecer en el monte / recuerdos de Japón
Habíamos quedado en que me llevaba
un café a las 8am. Me desperté solo a las 5:30, 6:30 y 7:30. Enrollé la bolsa
de dormir y puse a un lado el colchón, luego salí a recorrer los alrededores de
la cabaña, esta vez con luz. Es un pequeño paraíso. Rodeando la estructura sólo
se ven árboles y en los espacios entre las copas se ve como baja el valle.
Justo frente a la puerta hay un manzano y otro árbol frutal. En total son 4
árboles frutales y una planta de frambuesa negra de los que se puede comer,
pero ninguno está listo aún en la temporada. En la parte trasera hay una
escalera al techo donde hay una pequeña plantación, luego me dijo que iba a ser
una huerta, pero a falta de tiempo los hierbajos se apoderaron del espacio.

Volví a entrar y encendí la laptop
avancé algunos párrafos más en el texto de Patricio hasta que llegó Anthony
puntual a las 8am. Nos tomamos un café cada uno mientras recorríamos lo que yo
ya había caminado antes, pero con explicaciones. Su perro, un labrador negro y
gordo nos acompañó mientras trataba de cazar ardillas. Me contó de los
proyectos que tiene para el lugar. Terminado el café fuimos a su casa, que está
a unos 80 metros y cruzando la calle. Antes de entrar me dijo ‘Cuidado con el gremblin’, y me señaló a
una señora mayor en camizón sentada en un taburete, con los pies colgando que
fumaba un cigarrillo al otro lado de la calle. Esta señora de cuerpo grande y
pelo largo y canoso, con una sonrisa sincera y que, graciosamente, se
asemejaba a la de un grenblin, es la
madre de Anthony que está de visita unos días.
La entrada a la casa es, en
principio, atravesando una puerta de madera que da a un patio/pasillo. Al
cruzarla, a la izquierda hay otras dos puertas de madera, la primera es el baño
para los huéspedes de la cabaña (también va a
alquilar una habitación rodante que está instalada a unos 40 metros de
la cabaña en el mismo predio), es muy pequeño, ya que hace de inodoro, mini
lavamanos y almacén de cosas varias, como ser botas, una heladera portátil antigua,
y demás. La segunda puerta aún está cerrada, va a ser la ducha para los
huéspedes. Dada esta situación, me ofreció ducharme en su casa, así lo hice. Al
bajar de vuelta al living me hizo pasar a la cocina y entre un té con desayuno
charlamos un poco. Me preparó una especie de waffle instantáneo con manteca y
mermelada cacera, esta hecha de uno de los frutos que crecen alrededor de la
cabaña. Me contó que como soy su primer huésped y que francamente no se
esperaba que nadie fuera a aparecer tan rápido, había muchas cosas que no tenía
listas, como la ducha, terminar de cortar el pasto alrededor de las viviendas,
acomodar la maderas que le sobraron de otros proyectos que están almacenadas a la
vista, vaciar el almacén que es baño para que sea sólo lo segundo, etc. La idea
de hospedar gente le surgió porque una vez se aparecieron dos ciclistas con
cara de perdidos frente a su casa, estaban atravesando un sector del país y
tenían que hacer noche en Telford; la cabaña no estaba 10 puntos, pero sí
habitable, les ofreció quedarse y les llevó café por la mañana. Luego se dijo, ’¿Por qué no?’, y se puso manos a la
obra. Con el alquiler de más y más gente va a convertir esa cabaña y el
remolque en un retiro. El próximo paso es comprar hamacas para dormir.

No sólo se ofreció a irme a buscar
anoche a la estación, sino que también a llevarme hoy al centro donde sería el
seminario. Estudiamos el mapa un poco, cuando lo encontró vio que era fácil
llegar. Hace tiempo él solía ir a jugar Squash ahí. Antes de salir a la ruta
paramos en un mercado donde él compró leche y yo provisiones para el curso, un
jugo, 3 bananas y un paquete de galletitas. El camino es bellísimo, la ruta
avanza entre bosque y campo, cuando llegamos al predio (Lilleshal National Sports
and Conferencing Centre), la vista cambió, entramos en una especie de Country Privado,
sólo que es de acceso público, muy bien cuidado y muy lindo, también gigante.
Por suerte los aikidokas somos fáciles de encontrar. En un polideportivo
apartado de los edificios antiguos y decorados estaba lleno de hakamas y fundas
de armas caminando y haciendo filas. Bajé del auto y nos despedimos hasta la
noche.
Recordaba que me dijeron cuando
pregunté por Facebook que necesitaba un seguro médico para practicar artes
marciales, y que si no tenía que hable con Sue para que me venda uno. Sue no
estaba afuera, en la mesa de pre-inscripciones mostré mi número de reserva y me
dejaron entrar, antes que pregunta nada varios practicantes con keikogi que
llevaban puesto un chaleco de visibilidad con las iniciales de la escuela
impresas (UKA), me apuntaron la dirección de los vestuarios. En el camino
estaba la mesa para que te firmen el pasaporte de Aikido, cada vez que me lo
firman me acuerdo de lo que nos dijo Daniel Sensei cuando nos dio el argentino,
‘Ahora hay que mancharlo’. Me cambié de ropa y
bajé al tatami. Debe ser el más grande en el que he estado. Se compara con el de
la Koshikai en el Club Platense de Vicente López. Ya que era un seminario
internacional recorrí el área buscando caras conocidas, pero no había nadie.
Curiosamente al que mejor conocía era a Waka-Sensei.

-nota
aclaratoria: Mitsuteru Ueshiba es el bisnieto del fundador del Aikido, también
se lo conoce como Waka Sensei (el segundo, refiriéndose a que es el segundo
después de su padre, que es Doshu, el referente mundial de la línea original
del Aikido). Este año, Waka Sensei fue nombrado Hombu Dojo Cho (jefe del Dojo
central)-
Cuando estábamos
todos sentados esperando a Sensei, este apareció por el lado habitual del
tatami que le corresponde al instructor de la clase. La última vez que lo había
visto fue en julio en Japón, en una de sus clases en Hombu Dojo. Al estar en un
seminario aniversario recordé el número 20 de la Korea Aikido Federation,
también impartido por él. En ese curso, al que asistí acompañando a Igarashi
Sensei y el matrimonio Yutani (amigos y compañeros de Dojo que hice en Japón),
compartí varios días con él. Fue bueno volver a verlo, además me sirve de
entrenamiento para cuando lo vea en Helsinki el mes que viene.
Las primeras dos
clases fueron antes del almuerzo, con un descanso de 15 minutos entre ellas. Mi
cuerpo hacía tiempo que no entrenaba el estilo de Tokio y al menos un mes que
no tenía clases regulares. Sólo el recuerdo de una del estilo Iwama dos semanas
atrás. Me dolió un poco, se me resintieron los músculos y me dolieron las
articulaciones. En el descanso para almorzar fui al bar y compré un sánguche de
atún y un té caliente, a eso le sumé una de las bananas y algunas de las
galletitas (eran de las que combinan perfectamente con el English Breakfast
Tea). De vuelta en el tatami me sentía mucho mejor, me faltaba comida. Para mi
sorpresa, la tercer clase la impartió Kobayashi Shihan de Hombu Dojo, él era
uno de mis favoritos el año pasado. Parece que visita en Reino Unido hace 16
años.
Cuando empezó la tercera clase me vino un recuerdo de
Japón. Estaba rodeado de hakamas, mi keikogi estaba húmedo de transpiración
pero no olía a eso, sino a humedad fresca, que se mezclaba con el olor a la
tela de mi hakama que, a pesar de haberla lavado y ahora estar algo sudada,
mantenía su olor original. También la sensación del cuerpo, podía sentir muchos
de mis músculos quejándose, si los tensaba o si los elongaba, igual no les gustaba,
pero, como en Hombu, si estoy en la clase hago la clase, entré en calor y se
pasó. Después, como dijo Tomás Sánchez, si uno se concentra en la propuesta del
maestro las dolencias desaparecen.
En el día de hoy
las 3 clases de Waka Sensei fueron un despliegue de técnicas básicas con el
objetivo de marcar dos conceptos elementales inherentes en toda práctica del
Aikido. Me encantaría dar detalles de esto pero sé que a la mayoría no le va a
interesar, así que si algún lector aikidoka quiere charlar de los detalles
escríbame por privado. Finalizada la jornada hicimos la foto grupal y sesión de
fotos de grupos. Yo quise meterme pero me dijeron que estaban buscando evitar
fotos individuales, en ese momento Sensei Barbara Sotowicz de Bloomsbury Dojo
en Londres me invitó a unirme a su foto grupal, ella llevaba 2 alumnos, así que
ayudé a hacer número. Cuando me ubicaron detrás de Waka Sensei y su uke, a quién
también conocí en Hombu, el primero se volteó para verme bien y con la mejor
cara de sorpresa que solo los japoneses pueden hacer soltó un ‘Ara?!’. Esa sencilla expresión me valió
el viaje a Telford. Le dije en el japonés rústico que me quedaba en la memoria
que nos habíamos visto en Corea, asintió. Mientras me levantaba para dejar paso
al siguiente grupo le dije que nos volveríamos a ver en Finlandia ‘Finrando moo?’.

Doblé la hakama
junto a Sensei Barbara, charlamos de su Dojo en Central London, y quedé en ir a
visitar cuando ella vuelva, entre 18 y el 23 de septiembre. Me quedé estirando un
poco para aflojar y fui a las duchas. Terminé último y cuando salí del
polideportivo sólo quedaban dentro 3 organizadores ultimando detalles para
cerrar las puertas, está en mi eso de irme último del Dojo. Mi plan en ese
momento era conseguir que alguien me acerque a Telford, pero ya no había
aikidokas a la vista, caminé en dirección a la ruta e hice dedo, me ignoraron 4
autos y un paró pero iba para el otro lado. Volví a la recepción a pedir un
taxi. Me costó 14 libras llegar al hotel donde sería la cena conmemorativa. Me
consolé diciéndome que podría haber pagado eso desde mi alojamiento 4 veces en
el fin de semana y que podría estar durmiendo por el triple de lo que estoy
pagando, así que un taxi es aceptable. En el momento en que arrancamos se largó
a llover con fuerza, parece que la lluvia estaba esperando a que me ponga a
cubierto. Mi intención era ir al centro, comprar unos zapatos decentes y
baratos e ir a la cena, ya que especificaban que era Elegante Sport. No hice a tiempo,
cuando salí del predio ya habían cerrado las prendas.
Llegué al hotel
muy temprano. Usé el baño para cambiarme la camisa por una más presentable y me
senté en un banco afuera a leer. Vi como varios aikidokas iban y venían
buscando el lugar de la cena. Cuando volvió la lluvia entré al bar y me senté
junto a una madre y su hijo. Son de Liverpool llegaron en su auto que lo
cruzaron en un ferri. Él tiene 15 años y entrena dos veces por semana con uno
de los Shihanes más importantes de Inglaterra, el no sabía eso, pero luego en
la cena me lo informaron. El bar era la antesala un piso más abajo del lugar
del bufet, me dolía un poco la garganta así que me pedí un café con leche. La
lluvia redobló. Cayó tanta agua que la antigua construcción que nos albergaba
se empezó a inundar. Los mozos corrieron para todos lados, algunos apuraron los
preparativos del segundo piso y otros luchaban fútilmente contra la corriente
inagotable de agua que entraba por la puerta principal. Nos dirigieron a todos
a arriba. Mientras esperábamos que llegara el resto de los comensales y los
maestros, el entretenimiento era ver por la ventana qué hacían los mozos contra
el pequeño río. En nuestra mesa se sentó el grupo de Holanda. A mi lado se me
puso Sensei Peter Lagerwaard de Ultrecht, 6to dan. Al escuchar mi historia
resumida me recomendó con toda la humildad del mundo los diferentes maestros
que podía visitar, entre ellos estaban Sensei Terry Ezra, de Komyokan Dojo en
Liverpool y Sensei Wilko Vriesman de Ámsterdam.

Al bufet lo
ordenaron para evitar revoleo de gente. Mesa por mesa nos fuimos levantando para
servirnos. Nos tomó un buen rato pero nos llenamos todos. Mientras levantaban
los platos yo esperaba un postre, café o un algo para después de la comida. Nos
pusieron una botella de vino tinto y una de blanco. Yo estaba muy cansado. Si
no me alimentan a esa hora me dormía. En eso Waka Sensei se paseó por las mesas
compartiendo el vino blanco que le habían regalado, Kanpai por todas partes. La
familia de Liverpool se fue al hotel y, como yo no estaba hablando, todos los demás
se pusieron a hablar en holandés, de vez en cuando me decían algo en inglés, yo
ya estaba perdiendo un poco la voz a causa del frío, la humedad y tomar mucha
agua. Me despedí y bajé a la recepción para pedir un taxi. Esta vez el trayecto
era mucho más corto. Fui directamente a la casa de Anthony donde pusimos mi
ropa a lavar, su máquina también seca al calor, así que me vino muy bien. Té de
por medio charlamos un rato y me fui a la cabaña. Quise corregir algo del
texto, pero no pude.
A dormir se ha dicho.