El
trabajo no me gustaba del todo, si bien no era ventas propiamente
dicho, tenía que ofrecer un producto gratuitamente a gente que no me
llamó y convencerles de que lo prueben. Eso nunca se me dio bien.
Los puntos a favor del trabajo que me animaron a seguir fueron que,
a) me pagaban por Paypal desde una cuenta en Dinamarca, así que nada
de papeles y trámites eternos con el gobierno español, y b) que
tenía que moverme por gran parte de Madrid, así aprovechaba para
conocer la ciudad y acostumbrarme a las calles y los metros.


El
primer día de Dojo Sensei me puso a practicar con Jesús, él fue el
primer Aikidoka con el que entrené en Madrid, parecía que íbamos a
vernos seguido, pero por diversas razones tuvo que ausentarse del
Dojo mucho tiempo. Después lo conocí a Ángel, él fue mi primer
amigo de Aikido, con él y Aitor y sus respectivas novias fuimos al
curso de Moralzarzal donde ellos se presentaron para 1er Dan y me
pidieron que les haga de uke (compañero) para ataque de varios. Al
poco tiempo quedó claro que ‘Nahuel’ es muy difícil de
pronunciar y Sensei me bautizó Lombardi, el argentino. A esa clase
suele asistir Enrique, el venezolano, Sensei nos hizo compañeros
regulares por afinidad de ukemi, los dos caíamos parecido y muy
distinto a lo que el enseña.
Durante
el mes de Abril, en paralelo con Aikido y el trabajo, fui varias
veces a oficinas de extranjería y a la policía y al banco buscando
una forma de abrir una cuenta bancaria, ya que lo que me pagaban
todas las semanas por Paypal solo podía tenerlo en mano a través de
una cuenta. La batalla principal que tenía era conseguir el NIE
(Número de Identificación de Extranjero).
Entre
tanto, Fermín repartió sus CV, un día me lo crucé por la calle y
me dio uno para que lo deje en mi siguiente bar. El tipo se consiguió
un gimnasio cerca del depto y un nutricionista, cuando fuimos a
verlo, el pibe se enamoró de la masa muscular del deportólogo. Le
hizo caso como Abraham a Dios. Desde ese día la dieta de la casa
cambió. Carne, pescado o pollo a la sal, limón o aceto balsámico,
acompañado de ensalada a la noche y arroz al mediodía. Y los
sábados, día permitido… no me animo a escribir lo que se comía
esos días. Era como liberar a un tigre famélico en campo lleno de
ciervos bebes. También consiguió donde jugar al fútbol y
rápidamente se hizo un grupo de amigos, Javi de Tucumán y Fernando
de Mendoza. No tardaron en hacer costumbre juntarse en el depto,
comer porquerías, jugar a la Play y planificar alocadas y salvajes
salidas a bares nocturnos que nunca se concretan. Yo estuve en varias
y me incorporé al grupo.
También
en abril, mientras trabajaba por la calle Embajadores, encontré un
restaurante egipcio que ofrecía, aparte de cocina típica, shisha (o
pipa de agua), cosa que Fermín quería probar. Así que un día
fuimos. Nos gustó el lugar y nos cayó bien el encargado, así que
volvimos varias veces, una de ellas con el tío, para presentarle uno
de “nuestros” bares.
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